Fuente: © cop24.gov.pl

La necesidad de una descarbonización a nivel global es un hecho asumido y el cambio climático está hoy en primera línea de la agenda política mundial. Fue uno de los temas clave en la reciente reunión del G20 en Buenos Aires y, en las dos últimas semanas, ha reunido a casi 200 países en la cumbre COP24 en Katowice (Polonia), con el objetivo de escribir la “letra pequeña” con la que implementar y hacer realmente operativo el Acuerdo de París. Esa hoja de ruta común se obtuvo por fin el sábado, y ha tenido que dejar fuera temas como el intercambio de cuotas de emisiones de gases de efecto invernadero entre países, pospuesto para la cumbre de 2019 en Chile.

Las negociaciones han sido complicadísimas. A nadie se le escapa que el cambio climático no es solo un tema medioambiental, sino una cuestión en gran medida geopolítica. En Katowice han estado sobre la mesa factores tan relevantes como la guerra comercial entre China y Estados Unidos o el escepticismo de Jair Bolsonaro, que no solo ha rechazado acoger la siguiente COP en Brasil sino que ha amenazado con salir también del Acuerdo de París. Francia, por su parte, está sufriendo la crisis de los “chalecos amarillos”, que no es solo un tema de ecología y carburantes, sino una cuestión más amplia, de carácter político, económico y social.

Polonia, anfitrión por tercera vez de una COP, ha sido uno de los grandes defensores de una “transición justa”, como país que depende casi un 80% del carbón y con más de 112.000 personas trabajando en el sector ―frente a los 6700 que tiene por ejemplo España―, según datos de la Comisión Europea.

España se ha posicionado entre los países con objetivos más exigentes y, fruto de ese compromiso, la Ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, fue designada como uno de los “facilitadores” que han contribuido a desatascar las negociaciones de la cumbre.

Coincidiendo con la COP24 hemos conocido el dato de que 2018 finalizará con un nivel récord de las emisiones globales de dióxido de carbono, que el año pasado aumentaron un 1,6% y, previsiblemente, se elevarán más de un 2% este año, debido principalmente a que la demanda mundial de energía está creciendo por encima de los esfuerzos en descarbonización. China es el mayor emisor, responsable del 27% de las emisiones mundiales de CO2, seguida de Estados Unidos.

Ante este panorama complejo, y sin ánimo de ser pesimista, pues creo que vamos por el buen camino, la lucha contra el cambio climático debe, además de marcarse grandes objetivos para 2050, pasar a la acción inmediata. Pensemos con un triple enfoque ―el medio ambiente, las personas y también la sostenibilidad económica― seamos realistas y prácticos, y demos pasos en aquello que podemos hacer hoy, sin olvidar que aún hay millones de personas en el mundo sin acceso a la energía.

Uno de los principales retos, y un ámbito en el que podemos actuar ya mismo, es el del transporte, que hoy en día supone el 25% de las emisiones de CO2 en Europa y que va más allá de los vehículos que circulan por nuestras ciudades.

El uso del GNL como combustible para el transporte, especialmente marítimo y también ferroviario, es una realidad y se va a ir consolidando en los próximos años. El proyecto CORE LNGas hive, liderado por Puertos del Estado y coordinado por Enagás, es una buena muestra de ello. No sería sensato renunciar a una tecnología ya disponible, que nos permite reducir un 30% las emisiones de CO2 y también eliminar totalmente las emisiones de SOx y partículas y un 85% de los NOx, mejorando inmediatamente la calidad del aire que respiramos. Lo mismo sucede con el transporte pesado por carretera, que a día de hoy tiene en el gas a su mejor aliado para la descarbonización.

El gran desafío es lo que sucederá a partir de 2030. Para ser neutrales en emisiones en 2050 tendremos que dar un salto mucho mayor y necesitaremos aplicar más innovación y tecnología, gas que no emita, esto es, gases renovables. Los tenemos: el biogas, el biometano y el hidrógeno son energías limpias que ya estamos desarrollando y que tienen un enorme potencial, que ya expliqué hace unos meses en en post “Renovables no eléctricas: una alternativa sostenible para avanzar hacia la descarbonización”.

Para que estas energías renovables no eléctricas puedan ser de utilidad necesitan ser transportadas por el territorio español y europeo, y una alternativa viable para ello es hacerlo a través de la red de infraestructuras gasistas ya existente.

Tanto los gases renovables como los nuevos usos del gas natural para una movilidad más sostenible están alineados con las ambiciosas metas de lucha contra el cambio climático que España ha manifestado en la COP24, y pueden, con el adecuado impulso y desarrollo, tener un papel clave para el cumplimiento efectivo de los objetivos marcados.

Las empresas somos conscientes de que tenemos que seguir transformándonos y aportar soluciones creativas si queremos formar parte del futuro más sostenible que se está construyendo. La transición energética nos exige amplitud de miras y visión a largo plazo, pero también pasos decididos y firmes para hacer hoy todo lo que está en nuestras manos.