Imagen: ©European Union

2022 ha sido extraordinariamente intenso por muchos motivos. El año en el que todo cambió. Y en el que muchas de las cosas que dábamos por supuestas —empezando por la paz en Europa— se tambalearon. No quiero cerrarlo sin compartir aquí una breve reflexión sobre por qué este ha sido un año histórico para la energía y para Europa.

Del mismo modo que hasta la irrupción de la Covid-19 la Unión Europea no contaba con una política sanitaria común, tampoco había considerado necesaria una política energética europea hasta que la guerra de Rusia contra Ucrania amenazó la seguridad energética de todo el continente.

Considerando que el origen de la UE, la CECA (Comunidad Económica del Carbón y del Acero) fue precisamente la energía, resulta paradójico y sorprendente que hayamos pasado los últimos treinta años sin una política energética común, más allá de ciertos aspectos transversales relacionados con lo ambiental y la competencia.

La seguridad de suministro se daba por garantizada y quedaba fuera de la ecuación europea: cada país tenía su modelo y su propio mix energético, en algunos casos muy dispares y con origen en razones históricas, geográficas y de diversa índole. Por poner un par de ejemplos, Alemania apostó por las renovables, manteniendo a la vez un peso notable del carbón, y también por el gas. Mientras que Francia, como sabemos, se convirtió en una potencia nuclear. España optó por un modelo diferente: con un mix diversificado, hizo una apuesta muy clara por las renovables y en esta ecuación el gas natural tiene un papel importante como back up de las renovables, además de en el consumo doméstico y sobre todo industrial.

También en el caso concreto del aprovisionamiento de gas cada país ha procedido históricamente de una manera en función de su situación geopolítica. Así, Alemania optó por cubrir su demanda con el gas que le llegaba por tubo desde Rusia a precios muy competitivos, mientras que España, por su condición de Península y su dependencia energética de terceros países, se auto percibió sin serlo realmente como “isla energética”, como lo son Japón o el Reino Unido.

Sabiendo que energéticamente estábamos aislados de Europa, nuestro país hizo de la debilidad virtud y apostó hace 50 años por crear una red mallada de infraestructuras de gas que nos permitiese recibirlo tanto por gasoducto, a través de las conexiones con el Norte de África, como por barco, desde cualquier lugar del mundo. También con ese objetivo de diversificar y, por tanto, de reforzar la seguridad de nuestro suministro, hace casi 25 años y a través de la Ley de Hidrocarburos España estableció que no podría importar más de un 60% de gas de un mismo país, un límite que se actualizó al 50% en 2007.

Gracias a esa diversificación hoy estamos, en términos de seguridad energética, en una posición más confortable que otros estados europeos más vulnerables.

En resumen, aunque hoy todo haya dado un giro de 180º, esta era la foto hasta hace unos meses: una Europa que en materia de energía se regía por políticas nacionales, cada país la suya. Una Europa que se sentía segura.

Todo esto salta por los aires el 24 de febrero, con la invasión de Rusia a Ucrania. De la forma más abrupta, Europa toma conciencia de que necesita esa política energética común que hasta ahora no ha tenido. La Comisión Europea reacciona con rapidez y pronto llega su respuesta, el plan REPowerEU, cuya primera comunicación se publica el 8 de marzo.

Esta hoja de ruta europea pone las bases para una verdadera Europa de la energía en torno a tres ejes: el primero es la descarbonización, ámbito en el que sí había un trabajo común importante y un liderazgo europeo, con normativas como el Green Deal o el Fitfor55. El segundo es la seguridad de suministro, que no era un tema sobre la mesa hasta ese momento y pasa a ser una prioridad. Y el tercero son los precios de la energía, que iniciaron una escalada insostenible en Europa, con un fuerte impacto social y económico para ciudadanos e industrias.

En definitiva, el tenso contexto geopolítico ha puesto de manifiesto que el viejo trilema energético —seguridad de suministro, competitividad y sostenibilidad— no sólo no está resuelto, sino que todo apunta a que deberemos tenerlo siempre presente, sin dar nunca por hecho ninguno de sus tres vértices.

Para ello, REPowerEU establece objetivos tan ambiciosos como necesarios, entre los que destacan el de alcanzar en 2030 un consumo de 20 millones de toneladas de hidrógeno renovable, 10 de ellas producidas en la UE, o el de reducir, hasta eliminar totalmente en 2030, la dependencia del gas ruso, más acuciante aún tras cruzarse líneas rojas irreversibles con lo acontecido en los gasoductos Nord Stream 1 y 2.

Durante estos meses, la Unión Europea ha dado, con la plena colaboración de todo el sector, pasos lógicos que no había dado hasta ahora y que están resultando exitosos, como por ejemplo marcar un objetivo de llenado de los almacenamientos europeos de gas, que ha sido superado con niveles por encima del 90%.

Incluso en temas muy complejos, y en los que no es sencillo alcanzar una posición común, se están haciendo grandes esfuerzos y avances. Estamos viendo en las últimas semanas, y especialmente en estos días, cómo se ha trabajado en los Consejos de Ministros de Energía europeos hasta conseguir alcanzar un acuerdo sobre el tope al precio del gas, tras intensas negociaciones en las que España está teniendo un papel de liderazgo como país modelo para Europa en la adopción pionera de este tipo de medidas excepcionales. La armonización energética europea no va a ser fácil, pero la Unión Europea, los países miembros y, por supuesto, las empresas tenemos que aprovechar este momento para ponernos de acuerdo en lo fundamental, mirando estratégicamente y a largo plazo para poder tener una visión de conjunto.

Prescindir del gas ruso es un desafío de tal magnitud para Europa, que exige poner sobre la mesa todas las soluciones posibles e impulsar una mayor integración de los sistemas energéticos europeos, con redes gasistas, eléctricas y de hidrógeno bien conectadas. Interconexiones y futuros corredores como el hidroducto H2Med pasan a ser imprescindibles y, en el caso concreto de España, cruciales para que nuestro país juegue un papel aún más relevante y solidario en la seguridad de suministro de Europa. Un tema tan relevante que, sin duda, merece otro post.