Hace más de 20 años que cada 16 de septiembre se conmemora el Día Internacional por la Preservación de la Capa de Ozono, fecha en la que se recuerda y revisa el Protocolo de Montreal firmado con este propósito en 1987. A finales de los 80 y principalmente en la década de los 90, la amenaza a la estratosfera por las elevadas cantidades de gases nocivos a la atmósfera dejó de ser una cuestión de expertos y se convirtió en objeto de preocupación de la opinión pública. Quizás los más jóvenes no lo recuerden, pero no fue realmente hasta estos años cuando la sociedad tomó conciencia real de los efectos de la contaminación en nuestro planeta.

Cabe plantearse si encuentros como el anual del Protocolo de Montreal sirven realmente para cambiar algo. La respuesta es sí. Hoy, casi tres décadas después de la primera reunión, se ha evitado la emisión de 135.000 millones de toneladas de CO2 gracias a la reducción y prohibición de los productos que contienen los compuestos químicos contaminantes que destruyen la capa de ozono que detalla la ONU en un listado. Podemos decir, por primera vez, que nos encontramos mucho más cerca de conseguir la restauración total de la capa de ozono.

En este caso la alarma social ha sido clave para la movilización global pero no significa que podamos relajarnos. En los últimos años la inquietud se ha trasladado de la estratosfera a una dimensión todavía más cercana: la contaminación atmosférica externa ahoga a las principales capitales del mundo y afecta al 80% de los ciudadanos por la mala calidad del aire, según datos de la Organización Mundial de la Salud.

Como planes de choque a medio y largo plazo, ciudades como Madrid, Barcelona o Nueva York ya están implantando medidas que empiezan a dar sus primeros frutos. Por ejemplo, en la sustitución de los sistemas tradicionales de calefacción industrial y doméstica por métodos más eficientes. En este contexto, el gas natural escenifica un papel transformador ya que el reemplazo del carbón por calderas de condensación de gas natural consigue emitir hasta tres veces menos óxido de nitrógeno al aire, como explica este artículo de la revista GasActual (Sedigas).

Los gobiernos locales se han convertido en los principales aliados en la lucha contra el cambio climático y en muchos casos, han abanderado de forma particular la causa por la mejora de la calidad del aire. Como desvela Gasnam en este estudio, más de 5.000 vehículos circulan con gas natural en España, de los cuales el 33% son autobuses urbanos, el 28% son camiones de recogida de residuos y el 15% son taxis y vehículos ligeros para transporte urbano de pasajeros. Esto no solamente reduce las emisiones tóxicas, también disminuye la presencia de partículas en suspensión en el aire, estrechamente relacionadas con el aumento de enfermedades respiratorias como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) que, según la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR), padecen en España 2 millones de personas, aunque un 70% de ellas aun no ha sido diagnosticada.

El concepto de eco-city o eco-ciudad nació en 1975 aunque no ha sido hasta estrenado el segundo milenio cuando los ayuntamientos han tomado conciencia real la necesidad por favorecer un crecimiento urbano sostenible. El gas natural no libera partículas de suspensión en el aire, reduce las emisiones de gases de efecto invernadero y en combinación con otras energías, como por ejemplo la eléctrica, es capaz de eliminar la producción de óxidos de azufre a la atmósfera casi en su totalidad. De ahí que los planes estratégicos de ciudades como Madrid o Barcelona incluyan inversiones en tecnologías alimentadas con el gas natural para reducir los niveles de polución.

Si quieres saber más sobre este asunto, te invito a consultar este informe publicado por la Internacional Gas Union donde se recogen los efectos positivos de la relación entre el uso del gas natural y la reducción de los niveles de contaminación urbana.