A los aficionados a la ciencia ficción y al cine no se les habrá escapado que el título del post lo he tomado prestado de “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, la novela que Philip K. Dick publicó en 1968 y que Ridley Scott adaptó en su mítica película “Blade Runner” (1982). Leía este fin de semana en El Mundo que el futuro que recrea el filme sucede precisamente en noviembre de 2019, es decir, ese futuro es ya nuestro presente y, hay que decirlo, difiere bastante del reflejado por este clásico del cine.

Sobre cómo será el futuro que nos espera a nosotros reflexionamos y debatimos ayer en Retina LTD, un foro muy interesante organizado por El País en el que tuve la oportunidad de participar. Sabemos que el futuro será neutro en carbono. Y que, según la Comisión Europea, ese futuro es en 2050. La magnitud del reto de la descarbonización puede hacernos pensar que 30 años no son nada. Sin embargo, desde un punto de vista tecnológico, y en el contexto de vertiginosidad y transformaciones exponenciales y disruptivas en el que vivimos, 30 años son mucho tiempo, en el que pueden pasar muchas cosas: desde cambios en las posibilidades de almacenamiento de energía o en la duración y potencia de las baterías, hasta un verdadero despliegue de los gases renovables en la industria y el transporte.

Es complicado pintar el panorama energético de 2050 en términos de hoy. La meta está clara, y nuestro compromiso con la reducción de emisiones es firme, pero sabiendo que de aquí a treinta años los nuevos avances y tecnologías pueden cambiar mucho el camino, con posibilidades y progresos que hoy desconocemos.

A menudo se presenta ese futuro como 100% eléctrico, empleando erróneamente como sinónimos descarbonificación y electrificación. La industria, el transporte pesado y otros sectores, en el medio plazo, no van a poder funcionar exclusivamente con energía eléctrica pero sí pueden ser neutros en carbono. Hoy en día la electricidad representa en el mundo, de media, un 20% de la energía final. Pensar que en treinta años podemos llegar a un 40% o incluso a un 50% de electrificación puede ser razonable, más allá de eso es difícil  de prever con los datos y las tecnologías que conocemos hoy.

Por otra parte, la emergencia climática nos obliga a actuar ya y no poner sólo como máxima prioridad ese horizonte a largo plazo. Hay que dar pasos ya para reducir nuestra huella de carbono, y me alegra poder decir que el gas ya los está dando.

Por ejemplo, en lo que va de año, en España se han reducido un 20% las emisiones de CO2 en el mix de generación eléctrica con respecto a 2018. Es decir, le hemos ahorrado a la atmósfera lo que emiten casi 3 millones de turismos tradicionales durante un año. A muchos les sorprenderá saber que esa reducción ha sido posible, principalmente, gracias a la sustitución del carbón por gas natural en la producción de electricidad, pues genera hasta un 60% de emisiones menos.

Gas y carbón compiten por el llamado “hueco térmico”, que es la parte de la demanda eléctrica que no se cubre con las energías renovables no gestionables y la nuclear. Ese hueco térmico se está repartiendo de manera muy diferente a hace un año. Los ciclos combinados, en los que se produce electricidad con gas natural, y a los que algunos daban por muertos, han “resucitado” en detrimento de la producción de electricidad con carbón, que está en mínimos históricos, prácticamente inexistente.

Hay que conocer la coyuntura para entender el porqué de la ventaja competitiva que tiene actualmente el gas frente al carbón. Por una parte, estamos en un contexto de abundancia de gas natural en los mercados internacionales y a precios bajos. Por otra parte, el precio de los derechos de emisión de CO2 se ha incrementado significativamente: pasó de una media de 5,83 euros por tonelada en 2017 a 15,88 euros por tonelada en 2018 y ahora mismo ronda los 25 euros por tonelada, según datos de SENDECO2.

Visto esto, sería absurdo y grave obstaculizar las ambiciones climáticas europeas y globales por penalizar fuentes de energía que nos permiten, a día de hoy, generar electricidad emitiendo menos. Los prejuicios no son buenos para casi nada, tampoco para descarbonizar el planeta. El futuro no será solo eléctrico, también será de los gases renovables, como el biometano o el hidrógeno, y de tecnologías disruptivas aún por descubrir con las que los humanos (y quizás en algún momento los androides) aspiraremos a un futuro menos oscuro y contaminado que el de Blade Runner. Podremos decirles a nuestros yoes de 2019: “He visto cosas que vosotros no creeríais”.